La chica del croissant (II)
“No hay extensión más grande que mi herida” decía el poeta. Así me siento observándote ignorante, distante y distinto. En realidad no sé por qué quise ignorar tanta “distracción” por tu parte, ni por qué me empeñaba en ver en tus gestos un amor que en algún momento dejó de existir. O sí lo sé. Mi estupidez, mi fe ciega, el amor que aún hoy te profeso, pero del que no sabrás nunca más.
¡Dios mío! ¡Cuánto tiempo soñando con tu vuelta a casa, con esa ternura infinita de tu abrazo, en el que me quedaba dormida, abandonada de pura confianza!. Ahora siento la desorientación de quien no sabe cuando aquello paso de real a fingido. Me pregunto si alguna vez me curaré de este mal de la desconfianza, aunque seguro que sí, porque no amaré así nunca más. ¡Maldita sea!. Ni siquiera sé por qué te doy una vez más las armas con las que aniquilarme. Quiero dejar de amarte, volver a ese bar cuando pueda reconocerte como tú a mi: un completo desconocido. De todos modos ya lo eres; da igual si mi alma se empeña en identificar al camarero que me sirvió el croissant como el hombre que no sé si me amó alguna vez.
No es justo mirar hacia atrás con este ánimo de enjuiciar todo con las gafas de “cualquier tiempo pasado fue mejor”, pero esta penumbra que me invade no me permite otra cosa. Me aflige tanto que me pregunto de qué modo puedo seguir viva sin ser un cadáver viviente.
Volvías del turno de noche con un ímpetu, que me hacía sucumbir a tus deseos y encantos, aunque llevara dormida varias horas. Yo, tonta de mi, lo vivía como un renacer para ti, para mí, para nosotros. ¡Quien me mandaría a mi descubrir qué te traía al lecho de tan fogoso modo!. ¿Sabes? Fue un largo debate. Tuve que resolverlo conmigo misma. Mi integridad como persona me pedía que no buscase más, que me quedara con lo bonito, que viviese lo recuperado con la intensidad que pudiese sin más; mi dignidad me pedía que me asegurase, pero una vez encontrado todo lo que me despejase las dudas buscase mi sitio, lo ocupase, y expulsase de él al ingrato que había dejado de amarte.
Así que empezaron mis días sin alma. Esperaba las migajas de tu amor, jurando para mis adentros que no lo harías más, que no soportaría más tus desplantes , los cuales tú no vivirías como tales. Es probable que me creyeses ajena a tu doble vida. No sería yo quién te sacase de tu creencia, pero así me destruía hasta límites insoportables. “¿Y esto es amor?”, me preguntaba con un eco que me presionaba la cabeza hasta el dolor físico. Me pude dar cuenta entonces, de cómo había calado tu veneno en mi psiqué y ahora no conseguía liberarme de tu adictiva presencia.
¿Te escuchabas a ti mismo?. Es muy posible que no. ¡Cuánto habían cambiado tus asertos sobre el amor!. ¡Todo un teórico!, Si los hubieses expresado con esa vehemencia y tesón en una tertulia del café Gijón, habrías pasado a engrosar las filas de los filósofos de tres al cuarto que a fuerza de repetir sandeces, las convierten en sabiduría popular.
En fin. Amándote como te amo, ya no creo desear tu regreso. No soportaría vivir con la eterna sospecha. Te habías convertido en un maestro de la mentira. Tendría que preguntarme contínuamente qué cuestiones son ciertas y cuales un mero cuento para creerse a pies juntillas.
Tampoco podría vivir sabiéndote infeliz. Hubiese preferido ser el foco principal de tu felicidad (aunque no el único como solías decir), pero has mermado tanto mi autoconfianza, que hoy no podría creerme que serías feliz yaciendo en mi lecho. ¡Te amo tanto......!
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lucas -